Afinidad gastronómica

por paco
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Reflexiones después del programa "La Magdalena de Proust", emitido en Plaza Radio el 15 de septiembre de 2021

Afinidad gastronómica, un gran vínculo

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Encontrar compañía que te responda a una convocatoria para comer es fácil, a todo el mundo le gusta la fiesta, pero que se unan a tí para comer “en serio” eso es otra cosa. Y comer “en serio” no es hacerlo sin alegría, todo lo contrario, es disfrutar comiendo, saber comer y comer sabiendo. En una ocasión anterior expuse mi opinión sobre este asunto. La fiesta nos gusta a todos y nadie renuncia a un “jolgorio” de vez en cuando, pero hay ocasiones en que nos gusta comer tranquilos, centrados en el plato, con los cinco sentidos. 

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Comer por placer es una manifestación directa y objetiva del hedonismo. El que come para disfrutar lo hace pausadamente, con consciencia de lo que está haciendo, disfrutando de cada una de las sensaciones que tiene delante. De forma visual, olfativa, táctil (texturas), acústica (los crujientes, por ejemplo, o el vino en la copa), gustativa y emocional, éste último es el compendio que resume lo que nos han aportado todos los demás sentidos.

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La satisfacción solitaria, a veces no está bien vista, aunque no deja de ser placer. Yo he salido a comer muchas veces solo, por que no siempre encuentras la compañía adecuada cuando a tí te entra el capricho de agasajarte, pero siempre he tenido claro que es mucho mejor compartir esta afición por la buena mesa. Tener un interlocutor con el que comentar las impresiones que encuentras en un delicioso bocado hace que lo disfrutes dos veces, cuando lo tomas y cuando lo compartes. Se genera una complicidad y se incrementan las percepciones recibidas con las apreciaciones del otro.

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Comer por satisfacción también es muy sensual. Intervienen todos los sentidos, el oído y la vista aún más en compañía. Se interactúa con los otros comensales. La sinergia de un buen plato o buen vino junto con unos comensales afines hace que el acto de comer esté cargado de sensualidad. Quién no recuerda la escena de “Nueve semanas y media” en la que Mickey Rourke, con la nevera abierta, da de comer a Kim Basinger, mientras tiene los ojos vendados. O aquella de “Cuando Harry encontró a Sally” en la que ella finge un orgasmo en la mesa y la señora de al lado pide que le sirvan lo mismo que a ella. Esa señora era consciente de lo que puede aportar una buena comida.

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Compartir esta afición suele generar otras actividades relacionadas con la gastronomía que nos amplían el catálogo de vivencias. Por ejemplo, hacer turismo gastronómico por una zona determinada, visitar bodegas, hacer un viaje para conocer un determinado restaurante que nos queda un poco remoto, juntarse para cocinar, como hacen las sociedades gastronómicas pero sin necesidad de asociarse formalmente, organizar catas de vinos privadas o de maridajes, invitar a casa para mostrar tus habilidades culinarias, y tantas otras cosas. Es evidente que se puede forjar una gran amistad alrededor de la mesa.

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En la pareja es aún más importante que exista esa afinidad por la buena mesa, ya que si uno de los dos no disfruta comiendo va a resultar muy difícil mantener una buena convivencia. Obviamente la tolerancia es fundamental, pero tiene sus límites y más en una actividad que se realiza varias veces al día. Dicen que hay quien come hasta tres veces en cada jornada. ;). Por eso considero tan fundamental compartir esta afición. Cuando tienes una cita por primera vez, una cena es un buen filtro para empezar a conocer las posibilidades de que aquello pueda durar más de una noche. Si ves que escarba en el plato o hace ascos a muchas cosas, que no come steak tartar porque es carne cruda, que no sabe lo que es un carpaccio y cuando se lo explicas te responde “¿crudo?”, o que no está dispuesto/a a excederse un día por no saltarse la dieta. Está claro que no hay futuro.  

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Centrándonos en la pareja, tener esta afinidad gastronómica tiene bastantes ventajas. Favorece el poder pasar más tiempo juntos. Si a uno le gusta el fútbol y al otro el ballet, o ambos se sacrifican por el otro y ven fútbol y ballet juntos o se separan para disfrutar de lo que a cada uno les gusta, mientras que compartiendo aficiones el tiempo en común es mucho mayor.

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Compartir el gusto por la mesa favorece el aprendizaje, enfrentarse juntos en la cocina de casa a una nueva receta permite afrontar el reto solidariamente y complementar los conocimientos de uno con los del otro. Es hasta divertido. Cocinar juntos es muy estimulante, despierta los sentidos y resulta romántico ya que despierta expectativas (afrodisiacos). Te permite descubrir habilidades ocultas, ante un reto de algo que no has hecho nunca, te puedes sorprender a tí mismo y a tu pareja por la facilidad que tienes para ello. Y después disfrutáis juntos de lo que habéis cocinado. Es una gozada.

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Los datos de un análisis realizado en 2016 por eDarling y La Nevera Roja sobre la influencia de la gastronomía en la vida de las parejas españolas, entre otras conclusiones, indican que el 65% de las mujeres y el 66% de los hombres consideran muy importante tener gustos gastronómicos similares a los de sus compañeros amorosos. Y que un 54,7% de los hombres y 59,4% de las mujeres piensan que aquellas personas que no disfrutan comiendo no son sinceras ni transparentes. Tomad nota.

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Hay un fragmento en la obra de Isabel Allende “Afrodita” en la que describe una escena de una amiga suya en la que tiene una cita a ciegas en su casa. Cuando llegó el hombre para nada se parecía a lo que ella se había imaginado, lo describió bastante despectivamente, pero no se atrevió a cerrarle la puerta en las narices y lo dejó pasar, pero evitó todos los detalles que pudieran hacerle pensar que aquello era una velada romántica (velas, música sensual, vino francés). Le llevó directamente a la cocina para preparar unos tallarines, de forma sencilla, escondió en la nevera los ingredientes especiales que había comprado para la ocasión, allí el hombre cambió de actitud, de repente tomó posesión de aquel espacio, le quitó el delantal de sus manos y se lo anudó en la cintura de él, sacando del frigorífico los ingredientes que ella había previsto para esa noche y alguno más. Con soltura y habilidad se puso a cocinar y ella observándolo fue cambiando la percepción que inicialmente se hizo de aquel despojo que había aparecido en su puerta. 

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El aroma que surgía de la sartén y el borboteo de la olla empezaron a producir en ella una creciente anticipación, sintió que le corrían gotas de sudor por la espalda, empapándole la blusa, que se le humedecían los muslos y se le hacía agua la boca

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Sacó de su escondite la botella de vino francés, que pensaba reservar para otro candidato más meritorio, apagó la luz, encendió las velas y puso en el tocadiscos la samba lenta del Brasil. Espérame un momento, anunció con un ronroneo de gata, voy a ponerme algo más cómodo.

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Este texto para mí resume muy bien lo que significa la gastronomía en las relaciones de pareja y por extensión en las de amistad.

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Si habéis tenido ocasión de leer este libro, seguro que recordáis este fragmento. Si no lo habéis leído os lo recomiendo. Es interesante y divertido.

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Esta es una reflexión a raíz de uno de  los contenidos del programa de radio “La Magdalena de Proust” emitido en Plaza Radio el día 15 de septiembre de 2021.

Fotografías: © Paco Palanca / Instagram: @ojoalplato.blog  / Facebook: @ojoalplato /Twitter: @ojoalplato /Twitter: @pacopalanca

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